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martes, 17 de noviembre de 2009

Artículo del profesor Miguel Ángel Santos Guerra




Reproduzco aquí un artículo de opinión del Profesor Miguel Ángel Santos Guerra titulado "La tarima de Doña Esperanza". Dicho artículo apareció publicado en su blog "El Adarve" el día 17 de octubre de 2009.

La fotografía que acompaña a dicho texto es también del blog del autor.


Creo que es un artículo que invita a la reflexión.

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En la prensa del día 17 de septiembre he podido leer con asombro que “los docentes de Madrid darán clase en tarimas para tener más autoridad”. Doña Esperanza Aguirre, presidente de la Comunidad madrileña, impulsora de esta medida, tiene el singular don de pensar, decir y hacer las cosas que más me horrorizan. En esto y en todo. Digamos que tenemos la curiosa peculiaridad de ser antitéticos. Ella, preocupada ahora por la autoridad perdida de los profesores y de las profesoras, quiere recuperarla como sea. Y no se le ha ocurrido mejor forma de hacerlo que recuperar la tarima en las aulas. O sea que, según doña Esperanza, cuando los alumnos vean a su profesor encumbrado en ese pedestal, comenzarán a sentir su corazón conmovido por la excelsitud del docente. Y, dentro de esa lógica, una tarima de un metro hará que los profesores recobren el doble de autoridad que si sólo fuera de medio. Además, no se deberán bajar de ella, porque perderían la autoridad que mágicamente confiere. ¿Qué metodología de carácter participativo se puede impulsar desde la tarima? ¿No es cierto que la tarima distancia y dificulta la relación cercana?

Pero, qué simplismo. Qué barbaridad. Otra de las decisiones que ha tomado doña Esperanza es investir a los profesores como “autoridad pública”. Sólo a los funcionarios, claro. Los interinos, ¿por qué han de ser respetados entonces? Resulta que a algunos odiados profesores los rechazarán ahora sus alumnos no sólo como pésimos profesores que son sino como policías que ahora han llegado a ser.

A eso se le llama coger el rábano por las hojas.. A ese tipo de medidas me refiero cuando digo que no hay nada más estúpido que lanzarse con la mayor eficacia en la dirección equivocada.


Sé que muchos profesores y profesoras están viviendo momentos difíciles en las aulas. Hay, por parte de algunos alumnos y alumnas, buenas dosis de chulería, displicencia, caradura, insolencia, agresión y pasotismo. La familia, que es un pilar insustituible del edificio educativo, mira para otra parte o se enfrenta abiertamente con quien pretende imponer una autoridad sin la cual no hay aprendizaje. La inspección es proclive a respaldar las quejas de algunos padres que protestan airadamente. No es fácil. Hay que hacer algo. Pero no precisamente lo que propone doña Esperanza.

La palabra autoridad proviene del verbo latino auctor, augere, que significa hacer crecer. Creo que tiene autoridad aquella persona que ayuda a los demás a desarrollarse. Quien aplasta, oprime, castiga, silencia y humilla, sólo tiene poder.

Los profesores deben tener autoridad. Y esa autoridad dimana del respeto que merece la tarea que se realiza. Dice Rosario Ortega en un reciente artículo titulado “Autoridad docente y tarimas” que “la tarea de enseñar requiere el reconocimiento del valor de lo enseñado y ese reconocimiento lo otorga, de forma voluntaria y feliz el que cuando está aprendiendo siente, en el día a día, que lo que aprende es valioso, interesante y le hace crecer y ser mejor. La tarea de la educación requiere el reconocimiento mutuo –profesor/alumno- de que lo que se tiene en común es algo importante y valioso, personal y socialmente, algo que merece la pena ser protegido”.

La autoridad se gana, se conquista con aquello que se hace, con aquello que se siente, con aquello que se es. Deberíamos hacer más hincapié, para fortalecer la autoridad, en cuidar el marco de relaciones interpersonales entre los docentes, potenciar la tarea de equipo (y no encogerse de hombros ante los problemas de los compañeros y de las compañeras), mejorar nuestro autoconcepto, aprender a dialogar, ser un ejemplo vivo de convivencia, amar la profesión y a los alumnos y alumnas, diseñar de manera original y creativa las clases, tener metodologías motivadoras, hacer una evaluación encaminada al aprendizaje, crear un clima de exigencia, respeto y confianza.

La familia desempeña un papel fundamental. Tiene que colaborar de forma sincera y comprometida en la tarea de la escuela, participar en la elaboración y el desarrollo del proyecto educativo, dialogar con el profesorado, respaldar sus justas decisiones, exigir a sus hijos e hijas el debido respeto a quien tiene el deber y el derecho de educar. Sin la familia, es imposible.

Y la sociedad tiene que tratar dignamente a los profesores porque realizan una función esencial para la mejora de las personas y de las sociedades. ”La historia de la humanidad es una larga carrera entre la educación y la catástrofe”, dice Herbert Wells.

Los docentes no deben ser víctimas de los alumnos. La educabilidad se rompe cuando esto sucede. Nadie tiene que ser víctima de nadie. Pero los profesores no deben ser autoridades públicas investidas de ese poder por la ley como si no tuvieran por sí mismos. Los docentes tienen que ser la encarnación misma de la autoridad moral y del espíritu cívico en una sociedad democrática Tienen que ser capaces de dar la respuesta educativa que necesita la sociedad. Sólo así serán autoridad.

Medida no sólo inútil sino contraproducente ésta de recuperar la tarima. Porque hace que nos equivoquemos de camino. Porque, aún suponiendo que la tarima confiriese autoridad, ¿qué sucedería cuando en otras partes o momentos no la haya? Hay que aprender y enseñar el respeto. Y también las formas que lo manifiestan. Por supuesto que sí. Un respeto que nace de nuestra condición de personas. La escuela es una institución educativa, no coercitiva. Y la pregunta esencial que se hace a los educadores es si con su ejemplo y con su actuación ayudan a que las personas aprendan que todo ser humano tiene una dignidad sustancial. Todos tenemos que ayudarles a conseguirlo.

En la hermosa película “”L´école buissonnière”, realizada en 1948, en la que se cuenta la vida de Célestin Freinet el maestro llega a un pueblecito de montaña y, al llegar los fríos del invierno, pide al alcalde dinero para la leña de la estufa. Como no llega el dinero y el frío arrecia un día el maestro decide, en asamblea con sus alumnos, hacer añicos la tarima del aula y alimentar con ella la estufa. Hermosa y profunda metáfora.

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